26 marzo 2014

Dos años después...

Más allá de la luz

  El tiempo pasa deprisa.
Había regresado a mi ciudad de origen para que mis hijos comenzaran sus vacaciones de verano en el pueblo de mi madre.
 Después de acompañarlos a coger el tren, pasé el día con mi amiga Pilar paseando por Madrid; ahora nos veíamos poco, por lo tanto fue un día muy especial para las dos.
Cenamos en nuestro restaurante favorito y quedamos para el día siguiente, pues viajaríamos juntas a mi nueva ciudad.
 Yo, me quedé en casa de mis padres, esperando la llegada de mi hermano del trabajo. Y mientras pensaba en el día que había pasado tan agradable, mi mente empezó a cavilar retrocediendo en el tiempo; justo dos años atrás... tenía que haberme tomado unos minutos para pasar por el cementerio, o haber escuchado una misa; así iba de una idea a otra, y comenzaba a tener cargo de conciencia.
 Mientras iba dando vueltas a esos pensamientos, miré la hora; las doce.
En ese instante empecé a escuchar una dulce melodía que me resultaba muy familiar
¿qué es eso? -me pregunte a mí misma- ¿de dónde sale esa música?
De pronto recordé; el vals, la alarma de un reloj antiguo que hacía años no funcionaba.
Por un momento no podía moverme recordando desde cuando estaba roto; me puse en pie con dirección al salón, lugar del que partía la música.
Las ideas bullían en mi mente a toda velocidad...
Imposible ¡ese reloj! lleva décadas sin funcionar, es de cuerda y el relojero dijo que no tenía arreglo; no lo tiramos porque lo compró mi padre y tiene un formato muy original.
 Llegué a la puerta... el reloj seguía con su dulce melodía, no se apagaba, como si la cuerda no tuviese fin, a pesar que en sus tiempos no duraba más de tres minutos.
De pronto... todo lo vi claro, con la impresión que estaría sentado en su sillón favorito...
¡No me asustes! le dije a la vez que abría la puerta y me acercaba al aparato, este seguía sonando sin pausa, comprobé la hora... exactamente la hora en la que marchó.
 Dejé que sonará, esperando que parara, pero no; seguía y seguía sonando, con la dulce vibración de aquel que siente un cálido abrazo... hasta que yo lo apagué.
Volví a mi sillón para seguir cosiendo, y un instante después escuché como mi hermano abría la puerta, siempre tan puntual... la una.

Ni que decir tiene; el reloj me lo llevé a mi casa, con la cuerda rota y sin arreglo posible por falta de maquinaría.
Tal vez algún día volverá a sonar.

Quedó bien claro, no hace falta ir a ningún lugar.
Somos energía, y la energía no se destruye, Se transforma.
Escucha tu silencio interior...

No es utopía que todos somos iguales
La tierra lo demuestra...
Sin equipaje, la sombra del ciprés nos espera ... 
uno, tras otro, descansará a sus pies.

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